Hoy vengo con el consejo del día. Sí, ese aprendizaje de pocas palabras con el que intentar mejorar un poco la vida. Y seré claro; dese tiempo para pensar. Todos los días. Al menos media hora. No estoy hablando de que se dedique a sí mismo media hora para hacer lo que quiera. No. No hablo de eso. Hablo de que reserve esos treinta minutos diarios para darle vueltas a sus propios pensamientos, a lo que quiere de sí mismo y a pensar hacia dónde quiere ir.
Puede parecer algo banal, hasta estúpido. 'Perder' ese tan preciado tiempo en ?no hacer nada?. Pero si algo he aprendido desde que comencé mi vida laboral es que en la vida adulta los momentos para uno mismo no sobran. Nos come el reloj, simplemente no tenemos ese rato para pararnos y darle un poco al coco. Y esto es algo tremendamente peligroso.
Este aspecto me hace pensar en que si uno se vuelve una marioneta que hace las cosas por inercia se convierte precisamente en eso, en un muñeco. En una cáscara vacía que se mueve llevada por el viento. Y el ser humano es mucho más que eso. Es una cabeza pensante, capaz de tomar sus propias decisiones mirando a lo que ha aprendido en el pasado para poder caminar hacia el futuro.
Y a esto precisamente es a lo que hay que dedicar esa media hora. ¿Soy feliz con lo que hago? ¿Podría serlo más, menos? ¿Quiero cambiarlo? ¿Cómo podría hacerlo? ¿Merecen la pena todas las cosas que llevo a la práctica? ¿Cómo podría ser mejor conmigo mismo y con quienes me rodean (si es que quiero que haya gente que me rodee)?
Estas y otras mil preguntas son susceptibles de pasar por nuestra mente en este rato de meditación diaria. Pruébenlo. De verdad que es muy sano. Soy demasiado joven para decir esta frase con conocimiento real de causa, pero siempre escucho a mis mayores decir que antes, en otros tiempos, no corríamos tanto como ahora. Tampoco vivíamos en la era de sobreinformación en la que vivimos ahora. Hágame caso. Los treinta del día.
P.D. Una canción muy propia para este artículo. 'Qué alegría más tonta', de Pereza.