Desde entonces, el bosque de la Honfria, los prados de los Linares, la fuente el Cerezo, las Peñas del Agua, el Hueco... nunca han dejado de acompañarme.
Inicio el recorrido en la fuente de la Marina, sita a la izquierda del camino de la Honfría, junto a un cartel que recuerda que estamos en la ruta de las Quilamas. La fuente está enmarcada entre un saúco negro (Sambucus nigra) y un notable cerezo (Prunus avium) por debajo de los viejos cables del alumbrado, donde las golondrinas suelen posarse. Desde luego, en mi infancia, recuerdo que los que disponían de pequeñas escopetas de balines, cuando llegaban aquí y veían numerosas golondrinas posadas en estos cables, solían respetar a estos nobles pájaros, pues la tradición popular decía que unas golondrinas aliviaron el sufrimiento de Jesús de Nazaret durante su martirio en el monte Calvario, arrancando con sus picos las espinas de la corona, que perforaban y herían su frente. ¡Cuántas veces me contó mi abuela esta hermosa tradición!
En el prado situado encima de la fuente pastaban una docena de ovejas con varios corderos. A los 160 metros de iniciado el recorrido se observa a la izquierda un pequeño horno de cal, muy restaurado; las ruinas del más grande están 300 metros más allá, cuya techumbre natural está constituida por el ramaje y follaje de sendas parejas de robles y castaños.
A los 600 metros del trayecto me sorprendió ver un roble (Quercus pyrenaica) parasitado por poderosa hiedra (Hedera helix), desde la base del tronco hasta la copa. Enfrente, a la derecha, aprecié varios avellanos (Corylus avellana) y unos sauces (Salix) regados por un arroyuelo. Cuando veo sauces no puedo por menos que acordarme de la famosa aspirina, cuyo principio activo, el ácido acetilsalicílico, lo obtuvo en 1897, un químico de Bayer, Félix Hoffmann, a partir del ácido salicílico (salicina) de la corteza del sauce blanco (Salix alba). Desde entonces, se ha convertido en el antitérmico y analgésico más popular. Aunque a mí me interesa más su efecto antitrombótico (antiagregante plaquetario), pues a dosis de 100 mg diarios llega a reducir hasta en un 40% el riesgo de infarto agudo de miocardio en gente de riesgo. A partir de sintetizar este producto, Bayer dejó de fabricar tintes para convertirse en la poderosa industria farmacéutica, que es ahora.
A los 900 metros nos topamos a la izquierda con el sendero que conduce a la Peña del Guarro. La primera finca del sendero, también a la izquierda, pertenece al señor Fermín, venerable peluquero de Linares, ya jubilado a sus noventa y un años. Siempre me pareció una bellísima persona, de fácil y alegre conversación, mientras ejercía su noble e higiénico oficio. Enfrente de su finca, a la derecha del camino, se muestra, rebosante de salud, un más que centenario nogal (Juglans regia) con un tronco corto del que salen tres poderosas ramas.
A partir de aquí se empina el sendero en todo el trayecto hasta el acceso a la fuente de la Honfría, tres kilómetros más arriba.
Al inicio de la cuesta vemos a la derecha un prado muy cuidado, donde pastan y abrevan una manada de caballos, empleados para efectuar rutas turísticas por la zona.
Hiedra parasitando un roble
A unos 300 metros más arriba sorprende ver un notable rebollo, plenamente parasitado de hiedra, dando entrada al camino que conduce (a la derecha) a la fértil vega irrigada por el arroyo de la Honfría. Veo que es una constante: la presencia de la hiedra trepando por el tronco y ramas de robles, castaños y algún nogal. Por la forma de entrelazarse al crecer, se la ha asociado a una imagen de fidelidad. También desde antiguo, por tratarse de un arbusto de hoja perenne se la ha asociado a la inmortalidad. Incluso llegó a asociarse a Dioniso, dios griego del vino, pues si se la llevaba como guirnalda era capaz de curar la embriaguez.
En torno a los mil quinientos metros de la fuente de la Marina encontramos, a la izquierda, el sendero de la cuesta de las Pollinas, que en poco más de un kilómetro y medio permite atajar hasta la fuente de la Honfría. Eso sí, con fuerte pendiente: hasta un 20% en algunos tramos.
Sí continuamos por el camino principal veremos durante unos 200 metros de ascenso numerosos robles y castaños que se encaraman a ambos lados del mismo. Después se aprecia un neto predominio de castaños (Castanea sativa), con algún acebo (Ilex aquifolium) aislado.
A los 2.220 metros de iniciado el recorrido aparecen majestuosas, a la izquierda del camino, cuatro peñas verticales y enhiestas, que dan lugar al popular nombre de Peña Tarrera, por los numerosos tarros o narcisos (Narcissus) que aparecen en marzo en torno a las mismas. Me llamó la atención la presencia de líquenes y musgo colonizando la superficie pétrea, actuando de buenos indicadores del norte. Entre las peñas se arremolinan varios ejemplares de pequeños melojos o rebollos. Enfrente de las mismas, al otro lado del camino, aparecen como pequeños guardianes del mismo dos pequeños arces (Acer campestre), varios cerezos silvestres y numerosas vigas de castaño.
El medio kilómetro que dista hasta la fuente el Cerezo me encanta, pues se encuentran grandes ejemplares de castaño con soberbio follaje, que ofrecen a los turistas y visitantes de este entorno una magnífica techumbre, aliviadora del calor del estío. Además, al borde del camino es fácil encontrar numerosas plantas medicinales como dedalera, aguileña, hipérico, milenrama, agrimonia...
Tras una pequeña curva a la derecha figura el cartel indicador de la ubicación de la fuente el Cerezo, que aparece medio escondida, a la sombra de un avellano, en un pequeño paraje en ladera, muy umbrío y fresco. En esta pequeña superficie se encuentran tres merenderos de granito y una pequeña construcción en forma de cruz, para albergar la parrilla o barbacoa, rodeada por una inscripción que prohíbe su empleo por peligro de incendio. El paraje invita a la quietud y descanso, posiblemente después de una buena merienda.
Tras un breve recorrido de unos 300 metros, donde empiezan a verse diversos ejemplares de acebo, aparece a la izquierda del camino la pequeña loma que alberga a la fuente del Chapatal junto a cuatro merenderos y una barbacoa de campana metálica con gorro mata chispas. Confieso que el nombre de esta moderna barbacoa de seguridad me lo proporcionó Pedro, el noble y buen guarda forestal de la zona, con el que es un verdadero placer conversar. También aprecio que el servicio municipal correspondiente del Ayuntamiento de Linares lo tiene todo muy bien cuidado, pues el terreno está segado y limpio. Además, han colocado un contenedor metálico al borde del camino, invitando a los turistas a que alojen en él los desperdicios de materia orgánica e inorgánica producidos en el curso de sus actividades lúdicas. Dada la actual limpieza del lugar puedo colegir dos cosas: una, que ha habido poco turismo durante estos días; la segunda, más amable, que los usuarios de estos excepcionales recursos naturales están más motivados por el cuidado y respeto de los mismos. ¡Ojalá sea esta segunda opción!
Fuente del Chapatal
También observo en este paraje, junto a la fuente, un cartel de la Junta de Castilla y León, donde pone en mayúsculas: "APROVECHAMIENTO DE SETAS", prohibiendo recolectar sin autorización. Además, especifican una dirección electrónica: www.myasrc.es El propósito me parece loable, siempre y cuando sirva para regular la recolección de este preciado fruto micológico, evitando desmanes y destrozos del terreno por avariciosos y despreocupados recolectores. Si, además, el dinero obtenido sirviera para incrementar el poco caudal público la ganancia sería más fructífera. Creo que es una medida razonable, que no supone un gasto relevante para los posibles recolectores. En mi caso particular, el otoño pasado gestioné en la web indicada en el cartel un permiso de fin de semana a un precio realmente modesto: 5 euros por dos días.
Anochece, se muestra la luna en cuarto creciente. A la derecha del camino principal arranca el estrecho sendero que conduce a los prados de los Linares. Hemos recorrido 3.240 metros desde el punto de origen.
Durante 670 metros subo el angosto sendero, en penumbra, por el inicio de la noche y por la densa cobertura vegetal, constituida por estrechos y altos ejemplares de castaños, que envuelven el camino y rodean al que asciende por su notable pendiente. Por fin, aprecio a la izquierda la cancela metálica que guarda la entrada a los prados. En estos momentos se acelera el corazón, no tanto por el esfuerzo de la carrera en pendiente como por el recuerdo de las historias que mi madre me contaba de niño sobre el verdadero dueño de estos terrenos: el legendario lobo ibérico. Aunque me entusiasmaba escucharlas, me provocaban cierto asombro y bastante temor. Una de ellas tenía que ver con estos prados. Recuerdo de niño lo pesado e insistente que era para que me la contara.
- Mamá, cuéntame el cuento del lobo. El de esos prados del pueblo.
Mi buena madre siempre estaba dispuesta a contármelo, bien para que no dejara la mitad de la comida en el plato, bien para que me callara y estuviera entretenido o simplemente porque le encantaba rememorar aquellas aventuras y peripecias de su adolescencia. Empezaba más o menos así:
- Felisín, hijo, hace bastantes años, cuando entonces había lobos en el pueblo, me tocó regar de noche los prados de los Linares. Eran de la tía Adela y allí pastaban nuestras vacas. Mientras subía montada a lo chico encima de una burra, ya oía los aullidos de los lobos: ¡auuu! ¡auuu! ¡auuu!
Llegado este momento ya había captado mi interés y empezaba a atemorizarme. Ella continuaba.
- Al dejar el camino de la Honfría y entrar en la senda de los Linares aullaban más los lobos. Debían de tener hambre y olían la carne. Até la burra a un árbol y empecé a regar los prados. Después de un buen rato acabé por regar los dos prados. Eran grandes y solitarios, rodeados por bosque. El caso es que cuando quise montarme en la burra, esta no me dejaba, estaba muy nerviosa, saltando y rebuznando. Sentía los lobos cerca, esperando comerla. Después de varios intentos y a pesar del miedo de las dos pude, por fin, montarme encima de ella. Soltar la cuerda y salir la condenada en estampida; cuesta abajo y todo, yo seguí encima de ella pegada a su cuerpo. Cada vez oía más cerca los aullidos de los lobos. Creo que los teníamos encima. Pero la burra no paraba de correr. Al salir del camino de los Linares y entrar en el grande de la Honfría vi cierta luz, aunque duró poco porque la burra y los lobos seguían a lo suyo: corriendo y aullando.
En ese momento yo rompía mi silencio y le preguntaba con una mezcla de miedo y admiración:
- ¿Tanto corría la burra para que no os cazaran los lobos? ¿Qué hiciste para no caerte? Ella me respondía con presteza, a su manera; atribuyéndolo a la suerte y al destino.
- Hijo, parece que no era mi hora... Yo tenía más miedo que el animal, sobre todo a caerme. Pero no solté las riendas y con las piernas apreté bien su panza. Fue un milagro que llegáramos al pueblo. Al llegar la burra chorreaba de sudor, tanto que tuvimos que secarla con unas mantas. Ya no volví a subir sola por la noche a los Linares.
Entiendo que no pueda transmitir con estas torpes letras ni una mínima parte de la emoción, asombro y verosimilitud que mi madre fácilmente lograba cuando contaba esta y otras vivencias de su infancia y adolescencia en un medio tan natural como el de Linares de Riofrío.
Prado de Linares
Hay que reconocer que en aquella época los lobos hacían estragos y verdaderas carnicerías con el ganado doméstico. En consecuencia, había un acendrado miedo a este emblemático animal. Se le perseguía inicialmente en plan defensivo, después, con la promulgación de la famosa Ley de Alimañas de 1953, por puro interés crematístico. De suerte que consiguieron que desapareciera de la Sierra de las Quilamas y aún no ha regresado. En la provincia de Salamanca sabemos que campean libremente por los Arribes del Duero, donde incluso han llegado a provocar verdaderas carnicerías en los rebaños de ovejas, mermando la producción de leche, utilizada para elaborar su magnífico queso. En junio de 2010 los ganaderos de varios pueblos de los Arribes contabilizaron 144 ovejas muertas en numerosos ataques al ganado.
El tema es controvertido y polémico en exceso. En mi humilde opinión considero fundamental que se concilien los intereses de los ganaderos y los inherentes a la conservación de nuestro patrimonio zoológico. Me parece fundamental recuperar animales tan emblemáticos de la fauna ibérica como el lince (Lynx pardinus) y el lobo (Canis lupus signatus). El primero no genera polémica, pues su fuente fundamental de alimento es el conejo. El segundo, ya la conocemos y la sufrimos. Supongo que habrá que controlar bien a los perros asilvestrados y dar relevantes indemnizaciones a los ganaderos que sufran el ataque del lobo. Si no es así será complejo que se extienda este singular animal. No olvidemos que es una subespecie de lobo (Canis lupus) endémica de la Península Ibérica.
Volvamos a la excursión que da título a este artículo del blog. Tras bajar corriendo el sendero de los Linares, iluminado con la linterna frontal, me embargaba cierto temor, acrecentado por el ulular del cárabo (Atricapilla aluco), que en otras circunstancias me encanta. Pero es que esta rapaz nocturna emite unas notas un tanto misteriosas: "hooo" "hu" "huhuhuhooo". En fin, ya en el camino principal entramos en un sector de unos 400 metros, donde los acebos se enseñorean, mostrándose elegantes y fornidos a ambos lados del mismo. Por cierto, hace décadas llegaron a denunciar a unos bellacos, que se dedicaban a descortezar estos lustrosos y ecológicos árboles, con el propósito de fermentar y cocer la corteza desprendida, a fin de elaborar liga, usada para capturar pajarillos. ¡Deleznable!
Acebos en el camino de Honfría
El valor ecológico de estos árboles se debe a que fructifican en invierno, cuando la escasez de recursos alimenticios para la ornitofauna es muy manifiesta, por lo que suministran el preciado alimento a numerosos pájaros: curruca capirotada (Silvia atricapilla), petirrojo (Erithacus rubecula), arrendajo (Garrulus glandarius), mirlo común (Turdus mérula), zorzal charlo (Turdus viscivorus), zorzal común (Turdus philomelos)...
A los pocos metros de dejar a la izquierda el tronco ruinoso de un castaño milenario, del que aún salen algunas ramas, llegamos al acceso a la fuente de la Honfría (5.120 metros desde el punto de partida). Tras descender poco más de 300 metros llegamos a la citada fuente. He de confesar que en este momento apagué el móvil, pues prácticamente estaba sin batería, y descendí corriendo por la cuesta de las Pollinas los tres kilómetros que distaban hasta nuestro chalet familiar, próximo a la fuente de la Marina. En el descenso me acordé de las palabras de mi amigo Joaquín y de su bondadosa mujer, Antonia, cuando me decían: "No corras de noche al bosque. Es peligroso. Te puedes caer o peor aún; te puede atacar un jabalí herido". Me apena en exceso no volver a disfrutar de la mirada noble y de la franca sonrisa de este buen hombre: acaba de fallecer, víctima de un desdichado accidente. Intenté abstraerme contemplando los destellos en el suelo de las lucecillas de numerosas luciérnagas y arañas así como con la visión en el cielo estrellado de la vía láctea y, sobre ella, casi en el cénit, el triángulo del verano: Deneb, Altair y Vega. La estrella de Joaquín y el ulular del cárabo acompañaron mis pasos hasta casa.
Dr. Félix Martín Santos