Quizás nos esté ocurriendo esto, precisamente. Creemos imposible de cambiar lo que puede cambiarse y sólo unos pocos sabios se empeñan en cambiarlo.
Decimos que es imposible cambiar, por ejemplo, a los políticos, a los bancos, a las grandes compañías, a los especuladores internacionales, al vecino cotilla o a la suegra... y lo decimos convencidos, como si efectivamente nada estuviera en nuestras manos. Y parapetados tras esa creencia no movemos un hilo, no aportamos un diferencial, no razonamos críticamente, no inventamos, no rectificamos el paso. Por esa razón aquello que más nos afecta, aquello que nos molesta, que nos impide crecer o nos hace infelices, aquello que indudablemente quisiéramos cambiar, no cambia. Tal vez por una razón así no le hacemos frente a la injusticia o a la desigualdad.
Vemos tan lejanas las soluciones para ciertas causas nobles (qué sé yo, salvar el planeta, hacerle frente a la violencia, luchar contra el hambre...), que hemos dejado de apoyarlas, si es que alguna vez lo hicimos.
Miramos con ojos de corto plazo, pues nos resulta difícil tomar partido hoy por cualquier causa a sabiendas de que la lucha perdurará durante generaciones y que, en nuestra finitud, no veremos su final, no obtendremos de ello beneficio inmediato.
Acaso esperamos a que sean otros, más significados, quienes inicien las acciones, dándonos así tiempo a observar qué tipo de reacción desencadenan y, especialmente, si éstas reportan desagradables consecuencias para quienes nos precedieron.
Quizás consideremos que por mucho que uno haga, no deja éste de ser una pieza insignificante en la vastedad del Universo.
Sin embargo, nuestro destino como personas se halla lejos de estar sellado definitivamente y mucho menos nuestro futuro como país. Lo que hagamos todos hoy, los proyectos que iniciemos, las alternativas que elijamos, no son una mota de polvo flotando en el Universo, al contrario, son parte imprescindible de algo más grande, pues algo verdaderamente grande sólo se construye desde el añadido de muchas aportaciones pequeñas.
Construyamos la vida con sentido, con significado, con generosidad y esfuerzo. Dejemos legado de nuestras pequeñas aportaciones al bienestar social. Hagamos causa con propósitos solidarios, practiquemos la ayuda y el entendimiento. Vivamos oteando un más próspero futuro con la esperanza de estar dando, cada uno de nosotros, los pasos que se necesitan para alcanzarlo, disfrutando, al tiempo, del camino.
Nada nos garantiza que tener un propósito vaya a hacer más feliz la vida y puede que nadie vaya siquiera a proporcionárnoslo. Necesitaremos tiempo para descubrir el verdadero. Quizás, incluso, encontremos varios a lo largo del tiempo. Puede que, por desgracia, después de identificarlos y trabajar mucho tiempo en ellos, nada nos haya sido enseñado, en poco o nada nos hayan beneficiado. No por ello nuestro afán habrá sido en vano.
Encontrar el significado de nuestra vida, el propósito de la misma, no es sencillo. Pero, ¿acaso es sencilla del modo contrario?