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Va de series

Por Sergio Sanz Herrero

Don Jaime Mata


El fútbol no solo es dar patadas a un balón y Valladolid ha vuelto a sentirlo. La comunión creada entre el Pucela y la ciudad fue clave en el ascenso del equipo a Primera. Una de las claves entre las que también se encuentra un nombre propio: Jaime Mata.

 

Mata es un delantero que llegó del Girona tras quedarse a las puertas de Primera. Un jugador que tuvo que aguantar toda una temporada fuera de su posición; "corriendo como pollo sin cabeza en la banda", como él mismo reconoció la noche del ascenso. Una persona que, pese a ello, no dejó de trabajar, ni de creer en sus posibilidades. Solo necesitaba ubicarse en el campo, algo que finalmente consiguió con Luis César Sampedro en el banquillo -no todo fue malo con el técnico gallego-.

 

Y la suerte; esa que siempre tiene que estar presente para alcanzar el éxito. Porque, ¿qué habría pasado si finalmente Ortuño se hubiera quedado en el Real Valladolid? Mejor no pensarlo. Y gracias por los servicios no prestados. Porque, con todo a su favor, Mata no desaprovechó la oportunidad. Pasaron las jornadas, su cuenta goleadora aumentó considerablemente y se convirtió en la mayor esperanza de un equipo que llegó a depender de él.

 

Y la dependencia no es buena, porque no siempre la enchufó; o en momentos en los que marcó y sus goles no valieron puntos. Mata, fastidiado como el que más por no ganar, por ver cómo el Pucela dejaba pasar trenes, siempre fue profesional. Dar la cara en las buenas no tiene mérito. Y es que hubo días de derrotas o empates duros en los que siempre habló tras los partidos, sin rehuir a los 'canutazos'.

 

Su figura se hizo más grande cuando el número de goles pasó de los 20. No encontró el techo y siguió marcando y celebrando cada uno de ellos como si fuera el primer tanto de su carrera. Sacaba toda la rabia y alegría que llevaba dentro para festejar con la afición cada paso a Primera. Un público que supo valorar sus carreras, sus presiones y que lo diera todo en cada acción.

 

Y el respondió. Dentro del campo marcó 35 goles para hacerse un hueco en la historia del Real Valladolid. Sí, porque los tantos son muy importantes, pero en el recuerdo de todos los aficionados quedará su entrega en el césped y su caballerosidad fuera de él. Muchos de ellos guardarán como oro en paño los momentos compartidos con el delantero en forma de foto o de charla. Porque no negó nada a quien se lo pidiera; es más, respondió con su sonrisa característica.

 

Un jugador que es humano, novio y padre. Un futbolista querido por los aficionados y por sus compañeros que le pidieron hasta el último día que se quedara. Pero no había marcha atrás y, desgraciadamente, él lo sabía. Por eso rompió a llorar en plena celebración en la Acera de Recoletos, porque, a buen seguro, a él le dolerá como al que más no poder seguir vistiendo la blanquivioleta.

 

Y es que a principios de año nadie pensaba que el desenlace fuera este. Sabía que no iba a continuar y quiso hacer un último regalo a Zorrilla: el ascenso. Una historia de dos años con capítulos de sufrimiento, mucha alegría y demasiados goles. Para terminar este libro, otro gol, el número 35. Una locura de un caballero que será muy recordado en Valladolid. Don Jaime Mata.