Un artículo del profesor Ramón Tamames
En los diálogos y otras informaciones sobre Hernán Cortés en sus primeros avances en lo que luego sería la Nueva España, destacamos hoy el valioso encuentro que tuvo de un español en la isla de Cozumel, que ha-blaba perfectamente el idioma maya, Gonzalo Guerrero, que se incorporó a sus huestes. Valiosa agregación, que aumentó aún más de valor con la llegada de Malinche, con la que se completó el sistema de labias, o intérpretes, que tenía el gran conquistador, y que tanto influyó en el buen éxito de su marcha hacia Tenochtitlán. Esas y otras aventuras son objeto de la entrega de hoy, y seguiremos en lo que fue una de las exploraciones más impresionantes de toda la Historia Universal: la ruta de Cortés desde Veracruz hasta la grande ciudad lacustre capital de los mexicas
Cortés en Cozumel
Seguimos hoy con nuestra narración de Cortés, rumbo a Yucatán, con sus once naves, y una primera escala en la Isla de Cozumel. En la idea de contactar allí con los mayas, de los que ya se tenía noticia por el anterior viaje exploratorio de Grijalva. La idea era recuperar a dos españoles que se sabía eran cautivos, por el naufragio antes mentado de la nave procedente de Jamaica años atrás. De modo que, tras controlar Cortés y sus hombres a la población de la isla, se buscó a los dos cautivos, que efectivamente aparecieron.
De los dos soldados, Gonzalo Guerrero no quiso unirse a los recién llegados, pues en la tribu en que habitaba ya tenía mujer, tres hijos y se había adaptado a la vida maya. En cambio, Gerónimo de Aguilar, irreconocible en su atuendo indígena y con sus vistosos tatuajes, alcanzó a la expedición en su propia piragua: su amo maya aceptó generosamente, que se fuera libre con sus compatriotas.
Don Hernán y los mayas: Malinche
Cortés se despidió de las autoridades mayas de Cozumel, y les entregó una imagen de la Virgen María para que figurara en un buen lugar, junto a los ídolos locales. Y en ese acto, pidió a uno de los curas expedicionarios que dijera lo que fue la primera misa mexicana. Después, levaron anclas, poniéndose rumbo al Cabo Catoche del Yucatán, entrando ya en el Golfo de México, con escala enseguida en el río Tabasco (15 de marzo de 1519).
Allí, los mayas regalaron veinte mujeres a los españoles, entre ellas estaba Malinche o Malintzin -también conocida como Tenépatl, por su facilidad de palabra-, muy joven, esclava de nación Toconeca, que hablaba náhuatl, y que era propiedad de unos mercaderes locales.
Y fue el recién rescatado Aguilar, quien hablando con Malinche en lengua maya, hizo el gran descubrimiento de que la joven también poseía el náhuatl como lengua materna. Por ello mismo, ella y Aguilar sirvieron de intérpretes para Cortés con los mexicas: Aguilar podía traducir del español al maya, y Malinche del maya al náhuatl, de modo que, con ese dúo, Cortés tuvo, desde el principio, la posibilidad de dialogar con los interlocutores llegados de Tenochtitlán. Malinche fue bautizada casi de inmediato, con el nombre de Marina, convirtiéndose en una de las figuras más relevantes de la conquista.
La expedición de los once navíos continuó costeando, para llegar al río Grijalva, bautizado así en la anterior expedición, en la que los indios combatieron con éxito a los españoles. Por ello, de inmediato, los nativos exigieron a Cortés que se fuera de su tierra, amenazándole con la guerra. Pero Don Hernán, conforme a los usos de las instrucciones recibidas de los gobernantes jerónimos de Santo Domingo, les hizo, por tres veces, el requerimiento formal para que se sometieran, y no habiéndole acatado, se produjo el enfrentamiento; con una gran victoria sobre los mayas: la batalla de Centla, en que los españoles se sirvieron por primera vez de sus caballos con verdadero éxito.
Tras la batalla de Centla, como era Domingo de Ramos, Cortés resolvió que la festividad se celebrase solemnemente, y para ello, fray Bartolomé de Olmedo y el padre Juan Díaz se revistieron con sus ornamentos eclesiales. Y a la vista de los indios que contemplaban en silencio la escena, el ejército cortesiano participó entero en una procesión, llevando cada uno un ramo entre las manos.
Primeros contactos con emisarios de Moctezuma
En el siguiente episodio registrado en el viaje, la expedición llegó a la isla de San Juan de Ulúa, punto en la costa ya alcanzado por Grijalva. Fue el Jueves Santo, 21 de abril de 1519, siendo allí donde aparecieron los primeros enviados de Moctezuma. Lo que se tradujo en el intercambio de regalos, con las primeras joyas de oro y otros presentes por parte de los mexicas, a cambio de cuentas de vidrio y otras piezas que ex profeso llevaban los españoles.
De inmediato se supo que los embajadores enviados por Moctezuma, habían viajado desde Tenochtitlán ante la noticia de que, finalmente, habían alcanzado el país los emisarios anunciados por el dios Quetzalcóatl, según leyenda muy arraigada, transmitida por los profetas mexicas, que auguraba el propio fin del dominio de los naturales del país.
Se sabe con detalle que el tlatoani (emperador) Moctezuma II creía firmemente en la profecía de negros presagios: el dios Quetzalcóatl, cumpliendo una promesa solemne, volvería por el mar de oriente, como lo hicieran los blancos barbados, presagiando lo peor para los mexicas, de decadencia y derrota total. Por ello mismo, los embaja-dores de Moctezuma, intentaron que Cortés abandonara su idea de ir a Tenochtitlán, sobornándole con el oro que le iban obsequiando. Visión aurea que fue precisamente un acicate más para insistir en la marcha para llegar a la legendaria ciudad.
Las referidas noticias sobre Quetzalcóatl no debieron sonarle mal a Cortés, porque él era, al fin y al cabo, según la doctrina cristiana, un mensajero divino. Porque en la bula Inter caetera de 1493, el Papa Alejandro VI, había asignado a Castilla su donación mundial, confirmada en Tordesillas, para la evangelización.
Seguiremos en siete días, y como siempre, los lectores de Tribuna pueden dirigirse al autor vía castecien@bitmailer.net.
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