El sábado pasado se reunió el Comité Federal del PSOE. Un acto soviético en el que sus aborregados miembros escucharon embelesados a su líder todopoderoso explicarles que "en el nombre de España, en el interés de España" hay que "hacer de la necesidad virtud". Y que la impunidad de los independentistas, que desde 2013 llevan incumpliendo las leyes y las sentencias judiciales, es la única forma de que Sánchez siga siendo presidente.

En otro tiempo, cuando el PSOE era un partido democrático y no un ente sin vida, un animal disecado cuyos órganos internos han sido eliminados y reemplazados por trapos y serrín, hubiera sorprendido ver a ese comité aplaudir con tanto entusiasmo a quien acababa de decirles que la democracia, la ley, la separación de poderes y el estado de derecho son secundarios y prescindibles, si de lo que se trata es de mantenerse en el poder. Y que "en el nombre de España, en el interés de España", no sólo se puede, sino que se debe ceder al chantaje de los enemigos de la unidad de España.

Es de agradecer que tras estos meses mareando la perdiz, Sánchez haya dicho alto y claro lo que todos ya sabíamos. Que ahora abraza esa amnistía que hasta el 23 de julio, según sus propias palabras, no cabía en la Constitución, porque es la única salida para que haya un Gobierno "progresista". O sea,la única forma de que él siga siendo presidente. Un objetivo tan necesario y loable que cualquier principio es sacrificable.

Los principios son los primeros caídos en esta ofensiva. Tantos meses y esfuerzos de opinión sincronizada, tantas tertulias, editoriales, columnas de opinión y hasta manifiestos de "intelectuales progresistas" tratando de justificar la amnistía con elevados motivos democráticos, de diálogo, convivencia, y generosidad, para que ahora todo se reduzca a que "hay que hacer de la necesidad virtud". Y que Pedro nos cuente que necesita los votos de los independentistas, esos votos que decía ir buscando hasta debajo de las piedras cuando sabía desde el principio exactamente dónde estaban.

Los principios. Como la integridad, que podría resumirse enno vender a nadie para asegurarse el futuro. Algo que requiere valor y que debería ser requisito imprescindible para un líder.Porque no nos engañemos, por mucho que ahora se diga que los beneficiarios de la amnistía son los independentistas catalanes, desde Artur Mas hasta Puigdemont, pasando por Junqueras, los CDR, Tsunami Democràtic y quién sabe si hasta la famiglia Pujol y su hijo el de los ferraris, el mayor beneficiario es Pedro Sánchez.

El líder íntegro que le cuenta al comité de los palmeros que "Cataluña ya está preparada para el reencuentro total". Y por supuesto, esto ya es marca de la casa, les dijo que siempre supo que había que conceder la amnistía, aunque no la planeaba para ahora. "Os lo digo sinceramente". Todos los allí reunidos sabían que era mentira, que lo que dijo es que no cabía en la Constitución y que nunca la iba a conceder. Pero no importa. Les podría haber dicho cualquier otra cosa y aplaudirían igual.

Porque la verdad es la segunda víctima de todo este circo. Sólo tres días después de este comité de la vergüenza, propia y ajena, Sánchez le contaba a la princesa Leonor en el Congreso que "desde el Gobierno extendemos nuestros votos más sinceros para una vida plena de prosperidad y de sabiduría en vuestra nueva responsabilidad como princesa heredera. Contad alteza con la lealtad, el respeto y el afecto del Gobierno".

Una lealtad, un respeto y un afecto que varios de los ministros se apresuraron a demostrar ese mismo día al ausentarse del juramento por el que Leonor se comprometía a cumplir y hacer cumplir la Constitución, en un acto "significativo para la Historia de la España moderna y libre", según dijo el propio Sánchez.

Un acto al que sus socios, que representan el 4% de los votos emitidos el 23 de julio, tampoco acudieron. E hicieron una declaración en la que nos pedían que no contemos con ellos "para defender la legitimidad de la constitución", porque están "en contra de la desigualdad, los privilegios y la impunidad". Precisamente todo aquello que Puigdemont va a conseguir con esta ley de amnistía, cuyo texto estamos a pocas horas de conocer. Tampoco es que tenga demasiado interés. En el fondo no es más que un contrato de prestación de servicios entre Sánchez y el independentismo.

Y el largo embrollo de la exposición de motivos, tan largamente negociada, se reduce a lo ya expuesto por Sánchez. Nunca una ley fue tan sencilla de explicar. En el nombre de España se procede a eliminar cualquier causa judicial contra los delitos cometidos por los abajo firmantes y a maniatar a los jueces para que no se les ocurra volverlo a hacer, para que Puigdemont y los suyos, que sí lo volverán a hacer, le den sus votos al presidente más corto de escaños de la historia de España. Para no seguir mintiendo, más que ley de amnistía o de alivio penal, debería llamarse Ley de la Necesidad y la Impunidad.

Pero las mentiras de nuestro presidente, en el fondo, son lo de menos. Se empeña la oposición y alguna prensa en señalar las mentiras y la insana costumbre de Sánchez de faltar a supalabra, de traicionar todos los compromisos adquiridos. Incluso se ha suscitado el falso debate de si miente o cambia de opinión. Pero el verdadero problema de Sánchez es lo que hace y no que antes hubiese prometido que no iba a hacerlo.

Porque si sus mentiras, o sus cambios de opinión, como ustedes prefieran, alguna vez condujesen a alguna acción que permitiese reforzar la democracia o fortalecer el estado de derecho, la cosa no sería tan grave. Podríamos incluso disculparlo. Pero resulta que siempre es todo lo contrario. Con cada mentira, con cada compromiso incumplido, con cada cambio de opinión, todo se jode un poco más. Las mentiras son sólo la tierra que se echa sobre el ataúd de nuestro sistema democrático. Pero lo grave no es la tierra, es el muerto que hay debajo. El asesinato para satisfacer la necesidad de Sánchez.

En este entierro en el que la impunidad se justifica por la necesidad, hay otro cadáver. El del Partido Socialista que Sánchez ha liquidado al convertirlo en una herramienta inservible para el fin que fue creado. Un partido que nunca volverá a ser de mayorías, ni tendrá nunca un proyecto de país. Un partido sin poder municipal, ni autonómico, ni más pronto que tarde nacional. Un partido muerto que ya nunca podrá aspirar a representar los valores de libertad, justicia, igualdad, modernidad y progreso que siempre serán mayoritarios en nuestro país.

Aunque haga equilibrios sobre el filo de la navaja con mucha destreza, Sánchez acabará cayendo, antes o después. Será arrollado por sus socios, en cuanto vuelvan a la carga con la independencia. Para ellos no es como lo de Sánchez, una cuestión de necesidad, sino un dogma de fe. Y los dogmas no se negocian, viven en la impunidad.