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Por Jesús Antonio Zalama Collantes

A colación del Sonorama 2023


En 2019 fueron 110.000 los asistentes que la organización del Sonorama Ribera confirmó; en 2022, 140.000; en 2023, 150.000. En 2022, Castilla y León perdió 10.499. habitantes. No sería de extrañar que, tras la última edición del Sonorama Ribera, en el próximo recuento del INE la comunidad recuperara esas diez 10.000 personas (por lo bien que fueron tratadas por los arandinos o porque todavía se encuentren en el recinto esperando a ser servidos).

Como siempre, ha habido aspectos positivos y a nivel musical no se ha bajado el pistón en el que era, hasta no hace mucho, el mejor festival de España para el tipo de música que en este espacio se trata. Cartel impecable, muy buena organización de los horarios de las actuaciones, la vida es lo que pasa entre Sonorama y Sonorama? También los conciertos pasan entre que vas al baño y vuelves en las horas punta. Lamer el trasero a un evento que en este 2023 ha magnificado sus grandes fallos del 2022 me parecería lo más contraproducente para todos aquellos que acudimos a él, así que, a partir de ahora, que lluevan piedras.

A través de mi cuenta personal en Instagram, he pulsado la opinión de los que se acercaron a Aranda con motivo del festival y la respuesta ha sido, en resumidas cuentas, esta: masificación excesiva, largas colas y esperas para todo, camping abarrotado hasta rozar lo peligroso, sistemas de higiene colapsados, pueblo abarrotado etc. Por primera vez en los años que llevo emprendiendo camino a Aranda, la lectura de la gente que conozco y ha acudido (y no es poca) es negativa. En este mismo blog el año pasado lo advertimos y abogamos por un cambio que ha estado muy lejos de producirse.

La transformación que ha experimentado Sonorama Ribera tras la pandemia lo ha llevado a ser un festival incómodo para el asistente. Este año, el camping ha resultado ser una zona de guerra. A los ya conocidos problemas de higiene de los baños y los fallos de las duchas se le ha sumado una cantidad de gente tal que se ha tenido que habilitar espacios de acampada que anteriormente no estaban permitidos. Es la consecuencia de aumentar el número de entradas vendidas y la solución podría pasar, como ya se ha sugerido desde la dirección, por habilitar otro espacio de acampada.

Sin embargo, ¿qué conllevaría esto? Sí, para sorpresa de nadie, más personas en el festival. Salvo que se divida el número actual, me parece otra estrategia con la que solucionar un problema y agravar otros dos, el primeo de ellos, la masificación en el pueblo: es tristísimo dar por perdida la Plaza del Trigo como hemos tenido que hacer muchísimos este año. Las soluciones aportadas han sido insuficientes y el colapso se ha extendido a otras zonas del centro de Aranda.

El tercer puntal del festival es el recinto en sí. Aquí ha habido errores por doquier: desde suprimir parte de las zonas miércoles y domingo (como si los que acudimos desde el primer al último concierto pagáramos menos) a contar con una salida y entrada a los baños mejorada, pero todavía insuficiente. El problema vuelve a ser el mismo: el excesivo número de personas. La única solución es vender menos, y si a una empresa como es el Sonorama Ribera no le cuadran las cuentas con esto, que encarezca el precio de los abonos y entradas de día. 138 euros pagué yo por mi abono VIP para estar más de media hora esperando a ser servido y tener que marcharme, ¡en la zona VIP! Pagaría 200 si con ello se me garantizaran unos mínimos que debería cumplir una zona exclusiva (exclusiva para mucha gente, todo hay que decirlo, por lo que deja de serlo).

Me han llegado muchas críticas sobre la ineficiencia de los camareros. Aquí no estoy de acuerdo con culpar a alguien en concreto de esto. Pese a que están mejor pagados que en otros festivales de la comunidad (sí, se lo pregunto siempre), buscar la profesionalidad absoluta en chavales y chavalas que, muy probablemente, se enfrentaran a una barra por primera vez me parece una exigencia fuera de lugar. Ahora bien, ¿es esto un problema? Lo es, y muy grande, ya que las colas interminables para pedir no solo son consecuencia del número de clientes, sino también de la eficiencia de las barras.

Me niego a creer que la organización viva ajena a todo esto que he contado aquí. Si no lo han vivido en primera persona, seguro que se lo han transmitido. De igual manera, entiendo que un evento que arrojó pérdidas durante más de veinte años quiera resarcirse de eso y ganar dinero, que para eso vivimos en el mundo capitalista en el que vivimos. Sin embargo, por favor, que esto no pase por abarrotar el camping, el pueblo y el recinto hasta que tengamos que lamentar algo más grave que la incomodidad perpetua. Con volver a cifras del año 2019 me sería suficiente para cambiar la opinión que actualmente tengo, que es la de no volver.