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Por Jesús Antonio Zalama Collantes

Crónica del Conexión Valladolid 2024


"Suprimir la comunicación eléctrica entre un aparato y la línea general". Así define el DRAE el verbo 'desconectar', término que muchos de los asistentes utilizarían para describir lo sucedido en la jornada del viernes en la edición 2024 del Conexión Valladolid, tras la cancelación de los conciertos de Vetusta Morla y Pignoise por las inclemencias climatológicas. Sin embargo, no solo debemos ceñir el análisis a la línea general, si por esta entendemos el propio festival y su organización, sino también a los 'aparatos' que funcionaron a su alrededor y que también componen un evento de estas características, porque como bien reza su lema: "todo está conectado". A saber: condiciones climatológicas, artistas, trabajadores, público y la propia organización.

El primer elemento circunstancial del festival no tiene mucho debate. Se esperaba un tormentón de los gordos y así fue. Quizás, superior a las esperanzas más inocentes, pero dentro de los pronósticos. El clima es un elemento contra el que no cabe lucha, y todo pudo ser peor, ya que, en algunos puntos del centro de la ciudad, la descarga fue mayor que en los terrenos de la Hípica, y sirva como ejemplo el túnel de San Isidro.

Una vez tenemos esto claro, cabe hacerse, al menos, dos preguntas: ¿se podría haber suspendido la jornada del viernes antes de que se iniciase? ¿Podríamos habernos quedado en casa o haber vendido nuestra entrada conociendo la situación meteorológica? La respuesta a las dos es sí, pero no hubiera sido lo más lógico. Suspender una jornada de un festival es una pérdida cuantiosísima de dinero. No acudir cuando desde la organización te aseguran que los conciertos se celebrarán sí o sí tampoco parecía, a priori, razonable.

Y es este uno de los puntos más negros que debe achacarse a la organización. El problema no es suspender conciertos si las condiciones no son las mínimamente exigibles, sino anunciar en comunicados previos que los conciertos se desarrollarían y que los escenarios "están completamente cubiertos, lo que garantiza la protección de los artistas, el personal y los equipos técnicos". En el comunicado oficial posterior, se expone, literalmente, que "las fuertes lluvias torrenciales y las rachas de viento" eran "imposibles de prever". Y estoy de acuerdo, pero si esto es así, tampoco se podía simplemente decir que "los horarios de los artistas podrían sufrir alteraciones o modificaciones". El término 'cancelación' es duro y disuasorio, pero debería haberse usado sin tapujos antes del inicio del festival, porque era una amenaza que, finalmente, se hizo realidad.

Antes de zanjar lo relativo al tiempo, quisiera comentar una crítica que he escuchado desde el pasado fin de semana y que, particularmente, me hace bastante gracia: si los ponchos que se repartieron desde la organización no fueron del gusto de los asistentes, por dos euros y ochenta céntimos me compré yo uno de mi agrado. Quejas tan pueriles hacen un flaco favor a otras bien fundadas y que incluso puede llegar a admitir la propia organización.

Cambiando de tercio, no creo en la desazón por no actuar de los artistas por el mero hecho de ser artistas. Cuando la crítica a muchos festivales se esgrime desde el plano económico, aduciendo que solo buscan dinero (es un negocio, amigo), no entiendo por qué se ha de pensar que los músicos no son también una empresa. Si a día de hoy pensamos que Vetusta Morla tiene una especial ilusión por tocar en Valladolid, con la trayectoria que llevan sobre sus espaldas, es que vivimos en una realidad paralela. La Oreja de Van Gogh dio un conciertazo que nos encantó, pero la interacción con el público fue mínima. Vinieron, hicieron su trabajo, demostraron por qué son el grupazo que son y se marcharon a dormir. ¿Y quién les puede culpar de esto? Nadie.

De igual forma, ni a Vetusta ni a Pignoise se les puede achacar que quisieran preservar su seguridad y la de sus equipos técnicos e instrumentos, solo faltaba. Por otro lado, y aunque solo fuera por un tema de imagen, el más interesado en que se llevaran a cabo esos conciertos era el Conexión Valladolid. No me cabe la menor duda de que si no tuvieron lugar fue porque era imposible, y de ahí el retraso en comunicar la decisión. Nunca sabremos los contratos y seguros que este tipo de eventos exigen y que podrían darnos alguna información más, pero debemos recordar que, al igual que un artista no tiene por qué ser ejemplo de nada más que de virtuosismo, tampoco es dueño al cien por cien de sus decisiones, que no todos son hijos de Lydia Bosch (si no has pillado la referencia, es probable que el resto del artículo no sea de tu agrado; este es el momento de cerrar la pestaña).

Los mayores perjudicados en toda esta situación fueron, como siempre, los trabajadores. Me parece legítimo quejarse por quedarte sin ver a Vetusta Morla, pero si comparamos esto con no haber podido trabajar, en el mejor de los casos haberlo hecho bajo la lluvia, sin la protección de toldos o carpas y en medio de un caos climático considerable, la queja se queda en otro alarido burgués de preocupaciones del primer mundo.

Hasta el momento en que alguien me aclare de quién fue la culpa de la desprotección que sufrieron las personas que fueron al festival a trabajar, solo puedo decir que sin duda alguna esto es lo más triste de la edición. Si el motivo fue el cúmulo de desgraciadas circunstancias, siempre habrá algo que aprender; si la organización pudo hacer más, espero que de alguna manera compense a camareros (que suelen trabajar con la empresa organizadora durante el año, por lo que la consideración con ellos no dudo que sea máxima) y trabajadores de otras áreas que sufrieran por estar desempeñando su labor.

Quien no creo que deba recibir (sobre merecer no me pronuncio) compensación alguna es el público. En primer lugar, porque de ser así, ahí están los cauces legales para ello. En segundo lugar, porque, como ya he señalado, el tema de los seguros y contratos jamás lo sabremos. En tercer lugar, porque el festival no se suspendió, sino dos conciertos, y esto es algo que se debe tener en cuenta. En mi caso, continué intentando disfrutar del festival en la medida que fue posible, pero imagino que si alguien está interesado, puede contactar con la OMIC (Oficina Móvil de Información al Consumidor) de la Diputación Provincial de Valladolid.

También puede acudir a este organismo quien piense que es una vergüenza el precio de los early birds, que han pasado de los 28 euros para la edición recientemente clausurada a los 50 euros para la próxima. En mi opinión, lo que está fuera de toda normalidad es el precio del año pasado, irrisoriamente barato incluso sin Vetusta y Pignoise. También está la opción de no comprar el abono y empezar a ir a las salas de conciertos.

Por último, hay algo de lo que estoy seguro que no sucederá el año que viene: que el público que acude a los festivales se preocupe más por la música que por todo lo demás. Como esto no va a suceder, voy a aprovechar estas últimas líneas para pedir a la organización del Conexión Valladolid que mejore en todo aquello que no ha hecho bien en esta edición. A lo ya comentado, quiero sumarle la forma de comunicar la cancelación de los conciertos: redes sociales y una breve comunicación por megafonía no me parecen suficientes. Sé de muy buena tinta que las personas encargadas de mejorar todo lo punible lo harán.

PD: si has llegado hasta aquí, querido lector, y puesto que esta es una crónica crítica, te ahorro la tuya: "te metes más con el público que con el festival". Tráeme tú a Niña Polaca o Kitai a Valladolid (o a Mujeres, como el Véral AstroMona) y te defenderé tan liberalmente como tú defiendes tus ultrajados derechos de consumidor. Espero verte en las salas.