Esta fortaleza de los siglos XIV y XV se ha convertido en el Museo Provincial del Vino y cada año atrae a más de 100.000 visitantes
Soy el castillo de Peñafiel.
De mí han escrito que soy como un gran navío varado en lo alto de una peña. Pero me gusta más imaginarme como un barco que surca las aguas del río Duero, en su tránsito por viñedos y bodegas. Un mundo, el de la enología, del que algo conozco…
Mis orígenes se remontan al siglo X, cuando este enclave era una importante plaza en la línea defensiva del Duero, durante la Reconquista. Aunque mi aspecto actual más bien se corresponde a los siglos XIV y XV, cuando me edificaron sobre los vestigios de otras fortalezas anteriores.
El infante don Juan Manuel, nieto de Fernando III el Santo y sobrino de Alfonso X El Sabio, fue el que comenzó a reedificar una fortificación y la muralla defensiva sobre los viejos restos. Pero fue Enrique IV quien concedió a Pedro Téllez Girón, señor de Peñafiel y Maestre de la Orden de Calatrava, los derechos para construir lo que siempre he sido: un bastión defensivo, ubicado en una posición privilegiada, desde donde domino altanero los valles de los ríos Duero, Duratón y Botijas.
Fui cuna del don Carlos, príncipe de Viana, futuro rey de Navarra. Mis gruesos muros alojaron a huéspedes ilustres, como el citado literato don Juan Manuel, autor de El Conde Lucanor. Los Reyes Católicos confirmaron la donación a la familia Girón, duques de Osuna, a los que ya pertenecí hasta el siglo XIX.
Mi carácter estratégico y militar hizo que recobrara protagonismo en las últimas guerras. Durante la de la Independencia fui ocupado por las tropas francesas y en la Guerra Civil española fui usado como prisión del bando de los sublevados. Incluso me colocaron baterías antiaéreas italianas y puesto de radiocomunicaciones alemanas.
No me gustaría resultar vanidoso, pero he de decir que desde 1917 soy Monumento Nacional. Creo que con méritos más que suficientes. Y es que mis 210 metros de largo y los 34 de mi imponente torre del homenaje me confieren singular estampa, sobre una roca horadada por esas bodegas donde ha madurado el vino, que ha hecho de Peñafiel la capital de la Ribera del Duero.
Sufrí un incendio en 1755 y algunos vecinos, incluso, arrancaron mis sillares para construir sus viviendas. Mi historia más reciente marca un hito en 1957, donde fui adquirido por el Ayuntamiento de Peñafiel.
Durante el siglo XX fueron muchos los trabajos de restauración los que consolidaron mis viejos muros y, tras algunos variopintos y fallidos proyectos, en 1999 resurgí como Museo Provincial del Vino de la mano de la Diputación de Valladolid.
"Se trata de un proyecto promovido por la institución provincial para promocionar toda la riqueza enológica de la provincia de Valladolid. Consta de tres plantas: una dedicada al proceso de elaboración del vino, otra destinada al producto a lo largo de la historia y otra planta polivalente para catas, actividades, conciertos y exposiciones temporales".
Cuanta razón lleva Víctor Fernández, el director del museo que alberga mis entrañas. En mi patio sur se asienta este innovador espacio diseñado por el arquitecto Roberto Valle. Los más de 100.000 visitantes anuales podrán acercarse al apasionante mundo de la enología. La historia y la cultura del vino, las técnicas de producción y elaboración de algunos de los caldos más afamados del mundo dan vida a este apasionante museo.
Tú, querido lector de Tribuna; sí, sí, te digo a ti. Anímate a conocer este museo y sobre todo ven a visitarme. Te aseguro que no te dejaré indiferente, como tampoco lo hará la villa a la que protejo. Aquella que el conde Sancho García aseguraría que sería "la peña más fiel de toda Castilla".
Ayer emblema defensivo, hoy enseña del turismo. Soy el castillo de Peñafiel.
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